miércoles, 22 de abril de 2009

Cualquier cosa.


Cada miércoles por la tarde me da ganas de convertirme en larvita y entrar impunemente por tu oreja sucia hasta el motor de tu mente. Rompiendo telas entre medio de ceras y mugre, desgarrando membranas y otras asquerosidades. Todo esto para mearte el cerebro, esa avellana proveniente de Avellaneda o Florencio Varela, vencida y maltratada. Entonces una vez ahí, dentro de ese baúl de mierda cubierto de moco y sangre, voy a meter un bagullo atado a una oración para San Monguito, así te cuida del mal o del bien, de la realidad adulterada con gotitas de riachuelo, de los Mesías de oro y plata, de las filosofías de bigote recto, de las noticias soporíferas, en fin, salvarte de Pepetrueno, ese hijo-de-puta que vomita en tu mesa y caga en tu lecho de muerte.

Te noto mal-nutrida, mal-querida, mal-cojida, como si por fin todo mi odio hubiese sido descargado sobre tu materia. Pero todavía no llegué a sentir el placer de ver como tu cara se deforma bajo mis pies. Aún la intangible maquina de matar no se apoderó de mis nervios y mi corazón pareciera estar tristemente en estado de observación en ese hospital mugriento que sos vos. Dame el alta. Para poder vengarme de la punción cerebral, del suero hipotético en mis venas, del enema social y, de las cadenas de oraciones a la figurita difícil del Álbum Divino. Sueño con tu cabeza partida en mil pedazos.

Salgamos a odiarnos. Te invito a la calle para marchar con esa pancarta del “Derecho al Odio” como insignia. Matémonos de una vez por todas, no dejemos que nos hagan, ya, sufrir por cualquier cosa. Deseo que con unos cuantos vayamos a romperte los huesos con golpes de puño, arrancarte los ojos, patearte la cabeza sin que te cubras, aunque me costaría, tengo pie plano y un dedo mocho. Vayamos a la plaza a reclamar por la no-paz, luchemos por el amor a la venganza y salgamos a romper los muros que nos separan, torturemos la mentira y matemos a los que matan. No te asustes de ver en tu cara esa facción antigua de guerra perdida, no está mal que sientas odio, porque del odio de muchos grandes hombres nacieron grandes revoluciones como por ejemplo la del Magic-Clic.

Algunos viernes por la mañana me dan ganas de verte parir una copla jujeña o un tanguito porteño y, que amases con tus pies descalzos la hierba que nace en mi tierra mojada. Verte desnuda entre las sabanas -en mi cama o en la tuya- esperando el Punto G, la paz del mundo, mi sangre, un robo común o un crimen no-televisivo. Hablar con vos de cosas -más o menos- importantes, mientras te meto un dedo en la nariz y, me puteas. Así me doy cuenta que te gusta jugar a “vivir la vida” pero bien sabes que este sitio es muy grande para vos, y todas las noches viene esa imagen perpetua para salvarte de mis brazos, mi lengua, mis ojos, de la escupida solemne a tu conciencia.

Para serte sincero, no había encontrado, hasta allí -hasta tu cuerpo-, un camino tan delgado y perfectamente curvo entre la vida y la muerte, como una línea dibujada por esa gotita de sangre indeleble que sale de nuestras narices como un hilo de tanza. Y esquivando la idea de mi defunción camino jugándome el cuello resistiendo los cascotes que caen del cielo lánguido y triste, sin importar la lisonja que me tiras a la hora de amarte sin quererte, el momento insoportable de querer saber si en realidad te ha gustado o no la ceremonia. No creas que soy el dueño de mi vida, no tengo esa libertad, ni ese miedo a tenerla, no tengo ese poder que tenés vos, no soy el Capitán América que espera por tu trasero del otro lado de la avenida. No voy a ofrecerte mi objeto fálico para que comulgues, ni un neumático importado, ni mucho menos la cancioneta de moda en mi motocumbia. El estado de mis cosas no cambia por mi fuerza de voluntad, cambia por ese granito de mierda que cae todos los días sobre mi jardín.

Nunca seremos uno. Somos dos churrascos crudos, partidos por mitades incontables, desagradables y asquerosas y, el lacrimógeno ambiente que generamos hasta nos sienta bien y nos reímos de cualquier cosa que nos haga sentir distendidos, entretenidos, distraídos, en fin, em-pe-lo-tu-de-ci-dos. La mañana vendrá como viene tu tía, tu sobrina, el cartero, y mientras lo pienso me angustio ante la nada de mi celo enervado por la ausencia de tu cintura bajo la mía, de mis manos desabrigas agarrando cristales imaginarios, quebrándolos como a un par de ramas secas antes que venga por mi la muerte inminente y, mi YO sin vos, pensará en ese interrogante tan elocuente que siempre te fastidia un poco. No me digas nada, ya lo sé. Tenés muchas cosas que hacer, se te hace tarde.

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