martes, 23 de junio de 2009

Negro.



Mirándote dormir, tan pequeño e inocente,
no me es difícil pensar en el destino oscuro
que acompañará tu final.
A duras penas, por no vivirlo,
puedo entender tu futuro sufrimiento negro
de chapa y de cartón,
de atardeceres fríos en plazoletas desoladas,
ataduras soporíferas que te dará la pobreza.

Se apagará tu alegría de tablón alentando
al equipo para que ascienda a la primera división,
como poco a poco reinará la triste ausencia
en el potrero de tu suerte de gambeta lenta y grito de gol.
Las vecinas y los más chicos no sabrán entender
tu despedida embroncada de héroe de papel,
una pared rezará anónimamente alguna oración pa’l Gauchito
y, tu nombre marcado con navaja quedará para siempre
en la esquina como testamento para el vago del futuro.

No dejarás carta ni mensaje para la vieja,
porque tendrás la fe y la confianza suertuda del último golpe.
Tendrás en tu corta vida el sueño descompuesto
de creerte capo en una favela que nadie construyó,
berretín de querer tenerla más grande que cualquiera,
del rapero bonaerense que no sabe rimar,
del líder negro acribillado en un best seller,
sobre panteras negras, que nunca nadie dirigió.

Pagarás un alto precio por querer ser como los que pueden,
por la envidia camuflada detrás del siré y la bicera,
saltando más alto que todos por tus llantas con resortes,
en un juego de negros diferente al de la NBA.

Te asfixiarás de tanto en tanto
en tu sueño de calibre mojado
por cojerte a la piba más linda del barrio
sobre la moto con estéreo y sin patente;
pesadilla repetida de tambores colombianos
en panzas de madres que todavía no son mujeres,
de bailar descalzo la murga
embarrada y asesina de parches rotos,
de necesitar querer vivir más en la esquina que en tu casa,
de no poder tener más guita para ahogarte en kerosenes.

Bajo la campera con olor a porro y fogata,
guardarás el fierro cromado que a un yuta se le cayó.
La campana sonará para convertirte
en ese triste delincuente común
que no saldrá en las noticias,
aunque sí en estadísticas políticas de inseguridad.
Hablarán de menores asesinos
y, manosearan en mesas frívolas
el derecho humano de “querer sobrevivir”.
Seis tiros en el pecho y uno en el rostro acabarán con tu viaje,
iluso de aventuras sin comienzo ni fin.

Ni tu novia ni tu vieja reconocerán
tu cara de muerto asustado en la morgue,
un tatuaje en el cuello te servirá de DNI.

Serás un chorro menos para muchos;
para otros, un pibe más acribillado.
La verdad finalmente la tendrá el dueño del almacén,
víctima de tu salvajismo decadente
de “pendejo malnacido, guacho tira tiro, resentido-marginal.”
En la puerta de tu casa levantarán tu ataúd
y un coro de pistolas descargarán sus vientres boca arriba,
la noche sepulcral, friolenta y previsible,
se cubrirá de una niebla calurosa
junto a los disparos que como llantos ancestrales
repetirán
y anunciaran
una dolorosa sinfonía de venganza
en el ritual.