lunes, 19 de enero de 2009

Estas angelito?



En las revistas no estás,
ni en la radio,
ni en la cara de la cajera del supermercado
estás.
No puedo verte en otro lado más que
frente a la pantalla que me consume.
Me cansa.
Donde me pierdo lo que pasa allí afuera,
donde no escucho lo que gritan allá,
detrás de la ventana,
ni veo lo que pintan en la pared de la esquina.



Es que vos seguís allí,
en el exilio de los deseos y placeres,
donde mostrás lo que todos
quieren de vos,
donde guardás escondido lo que yo
busco de vos.

Pero aquí estoy,
y si, qué más?
espiándote mientras te dibujo letras que
no sé muy bien donde las guardo.

Y estoy seguro que podría contarte
muchísimas cosas sin importancia,
porque de alguna manera sé
que no te importo,
y que en mi cabeza vas a seguir
perdiéndote
entre vegetales gigantes
y perfumes desconocidos.

Me levanto de la silla y te pienso
con la certeza de que no fumas como yo,
ni que sueñas conmigo.
Y tampoco estás del otro lado de la ventana
donde la sombra de los arboles se comen
lentamente los autos lujosos y las casas pobres,
y el corretear inocente del mundo
se choca con el otro
-las vocecitas y los gritos-.
Donde los amantes pasan por al lado
y no se besan,
y los chicos corren delante de nadie en las plazas.

No estás, ni en el vaso de agua de la tarde,
ni en el sabor de la menta.
Ni siquiera cuando en el centro comercial
miro de reojo algún maniquí .

Pero sigues allí,
insinuándome, seduciéndome,
sin saber que mañana por la tarde
en algún bar, dos sillas vacías
nos esperan,
en Buenos Aires o en San La Mierda y,
no estaremos allí.

Perdón.
Soy un delirante.
Es la ilusión que me produce
el absurdo efecto del “sin vos”,
y el olor de noches cansadas
sobre otra pasión,
otro cuerpo, otras palabras.
Que nos deja ese sabor a hoja seca
en la boca,
que nos deja el beso oscuro
que no nos elije,
ni nos idealiza,
ni nada.
No nos tiende la mano,
no nos habla.

Te soy sincero.
Me divierte pensar en tus pensamientos,
en qué piensas del mundo,
en el análisis previo que haces
para ponerle nombre a todas tus cosas.
Pero sigo odiando tu enojo,
lo odio de la misma manera en que amo
tu dulzura y tus caprichos
de nena
o de vieja.
Qué importa?

Me pregunto en por qué no estás
como te imagino,
con ese vestido nuevo,
aquellas otras sandalias.
Esperándome en la cocina
con una cerveza o un café
para contarme historias de cordilleras y tamales,
escuchando chacareras,
haciendo tiempo para tomarnos un tren cualquiera.

Pero no.
No estás allí.
Sino revisando mensajes en el celular.
Pero en mis sueños sigues varada
detrás del espejo, al menos,
donde te espero,
para jugar al juego tribal del subconsciente
que nos enreda cada vez más
en los vegetales gigantes,
en los perfumes desconocidos.
...

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