lunes, 19 de enero de 2009

La última arcada...


El hígado se endureció mas de lo habitual y mi cara lívida lo dice todo. Otra rotunda embriaguez se hace cargo de mi. La posiblidad que un largo placer me dé una corta vida, y que lo descarriado, también, forma parte del equilibrio. Además pienso que el encanto de ver la vida sumergido en alcohol podría darme una explicación más simple sobre la conducta humana. Diría que es como un tercer ojo hipnotizado. Un ojo trapecista que mira la epopeya trepado en la cornisa... o el ojo quebrado del pasillo del hospital... el ojo morado a trompadas... o el ojo embustero de mira prolongada que traspasa el culo de la botella hacia el fin del mundo. Casi muero intoxicado, digo, por el mal olor del Riachuelo que inunda la autopista que me traía al hospital. Con la boca quebrada, goteando aceite, mirando el cielo desolado. Resignándome en la idea que el alcohol, sin dudas, me hace mal. Los médicos me hacen dar cuenta de lo mal que se encuentra mi hígado, y que mi mala conducta no iba a ser indultada por mas reputación que tenga. Yo los escuchaba desde mi estado vegetativo mientras el sueño caía sobre mis pestañas. Estaba morado, frió y con los ojos irritados. Admitiendo la muerte sin vacilar. No había dudas de que el llorisquear de los ojos era por el gas de la soda fría, y la palidez, por las luces de la Terapia. Me diagnosticaron cirrosis hepática, el informe médico dice que es mi guerra contra la angustia que termina en un vomito atroz. Y percibí más sorpresas, todavía: Cuerpos helados, envueltos en servilletas que son un asco; carniceros con tridentes de huesos roseados con sangre; paredes que cuelgan soles crudos, opacos e infelices; demonios inhóspitos que escupen bilis; niños temblorosos, de miradas desorbitadas que suelen jugar dados antes de pasar por la máquina trituradora; terapeutas pálidos y fríos que aseguran el porvenir de un pecho roto remendado en drogas gruesas y prósperas; cucarachas fieles que entran y salen por debajo de una puerta que nunca se abre. Todo lo percibo mientras viene el papagayo. En ese ínterin, estiro tristemente los segundos de la muerte en suspiros estremecedores. Me cago de risa trémula. Minutos de taquicardias, llantos, asfixias y hemorragias; y el amenazador goteo del hilo de saliva que todavía cuelga de mi boca hedionda. ¡Valla forma de morir! Todo debe dirigirse a que la vida es una herida absurda... Es de esperar que la terapia no sea tan aburrida. No se si fue por la sidra del año nuevo o por los dos litros de ginebra de la otra noche. Nada más que dos litros hijos de puta. En verdad, este mundo es demasiado trágico para un solo vaso de ginebra.No voy a entrar en detalles, debería resumir todo a que estoy algo viejo para ver tanta miseria. También puedo decir que la soledad es más agotable, aún, en este mundo inamovible, donde un pestañar es solo una costumbre. Por ensima de todo, mi mal aliento sale como escupida, por la ventana, destruyendo los arreglos florales del jardín.
Años atras me ahogaba por una risa idiota, siempre con una Quilmes en la mano, filtrando las lágrimas en los párpados, dopado de visiones: Muertos que se hunden en el lodo, la cuadrilla muda del gatillo facil, la ley hecha trampa, el negocio de la industria gringa fabricada por la mano negra y, la masa primitiva molida a palazos blancos. El viejo grito latino, la misma replica del lejano oeste en el cono sur.
La dinámica al borde de comer antes de que la mosca te llegue a la plato, la de poner una buena pose para la foto, mas el canto roto de la mala muerte y, la de ponerse un par de ojos negros para que el lagrimear sea falso.
Esta es mi clarabolla al mundo, donde me hace ver que ningún oficio es repudiable. Ni la cultura americana del crimen, ni el del vino craneal en el hígado, ni el del dinero envuelto en la billetera china. Lo mejor de todo, es que soy parte de esa técnica. Me incendio en la noche suburbana y corro detrás de una chispa tramoyista. Nada es peor que intentar mejorarse. Volviendo al tema, este malestar es veloz, además puedo sentir muchas otras cosas: Tragos de moda, acompañados por la sonrisa simpática y tramposa de la madrugada... vinos baratos, mezclado con las arcadas secas de la mañana... y el mal gusto de la resaca... y muchos nervios cósmicos y prisioneros... y el charco de flema... mas el tambaleo de los huesos... mas la montaña rusa en la cabeza y el subibaja del estomago... mas la tos convulsa... mas el mal aliento... y etc... etc... etc y etc... Y la sirena de la ambulancia... y el informe médico... y los niños zombis... y las habitaciones frías... y los lavajes de estómago... y el puto suero... y la vieja del enema... y la pastilla de las cinco... y etc... etc... etc... y etc... Y mucho dolor... demasiado dolor... demasiado...

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